Anne Brontë. 1848 |
Sin llegar a la altura de sus hermanas, Emily y Charlotte, la pequeña de las Brontë nos regala una novela bastante adelantada para su época y con una crítica social muy afilada. La novela fue considerada en la época como un escándalo, pues mete el dedo en la llaga en temas como el alcoholismo y la adicción, llevando a la degradación del propio adicto y a infringir malos tratos a las personas que le rodean.
La novedad que encontramos en esta obra es la fortaleza que dota al personaje femenino: la protagonista es virtuosa, independiente y con un fuerte dominio de sus emociones, manteniéndose siempre fiel a sus principios.
La narración tiene un fuerte contenido religioso que a veces puede resultar pesado y repetitivo, lógico tratándose del origen de la escritora (su padre era clérigo y vivió en un ambiente de moralismo protestante) y, otras veces, la lectura resulta inocente ya que se trata de la segunda y última obra de Anne, pues la muerte la sorprendió tempranamente.
Es una novela que se lee muy bien puesto que propicia a seguir con interés la intriga. Nos encariñamos con los protagonistas gracias a la profusión de detalles y las descripciones precisas crean una muy buena ambientación.
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